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RODRIGO RUY DÍAZ:

Hay muchos cid en la tradición española. Yo también tengo el mío. Es también una reflexión sobre el liderazgo en momentos críticos.

Arturo Pérez Reverte.


Rodrigo Ruy Díaz: Es valiente, mesurado, prudente, leal, buen vasallo, agradecido, amable, generoso y justo. Habla comedidamente. Es, además, un guerrero invencible.

alt text Es un personaje muy revertiano, testarudo y arrogante como le define Minaya Alvar Fáñez, uno de sus lugartenientes, que no le importa enfrentarse a su rey en la famosa jura de Santa Gadea, pero que, pese a todo, le sigue siendo leal y reserva para él un quinto de los botines que va conquistando en sus correrías.

Un hombre fiel por encima de que sea o no su rey merecedor de esa fidelidad. Llamado Sidi Qambitur, batallaba desde los quince años y nadie tenía un historial de armas como el suyo: ´´batalla de Graus contra los aragoneses, campaña contra los moros de Zaragoza, combate singular en Calahorra contra el caballero navarro Jimeno Garcés, combate singular en Medinaceli contra el campeón sarraceno Utman Alkadir, batallas de Golpejera y Llantada contra el ahora rey Alfonso VI, asedio de Zaragoza, asedio de Coímbra, asedio de Zamora, batalla de Cabra contra el conde García Ordóñez y sus aliados musulmanes´´. Pág. 28. Sidi de Arturo Pérez Reverte.

Porque la España del siglo XI no era un lugar de guerra solo entre moros y cristianos, sino más bien una lucha de todos contra todos: cristianos alt text contra cristianos, moros contra moros y cristianos contra moros, en la que los aliados de hoy podían ser los enemigos de mañana, pero en el que la religión no era lo principal a la hora de buscar un enemigo, sino toda otra serie de complejas circunstancias políticas que determinaban el equilibrio de poderes en aquella España dividida en un gran número de reinos cristianos y moros.

De ahí que el Cid ofreciese su espada y la de su mesnada a aquel que pudiese pagarle y ofrecerle garantías, sin que el credo que profesasen fuese un obstáculo para ponerse a su servicio, como fue el caso del rey moro de Zaragoza.

Esta es la historia de Sidi, un individuo que afirma que su
nombre es el único patrimonio que tiene y que considera que
su reputación es su mayor tesoro. Nadie le ha regalado nada, más bien todo lo contrario.

Ruy Díaz es un proscrito y un mercenario, un hombre hecho a sí
mismo, un guerrero extraordinario, un héroe que es también un buen jefe, que piensa en los suyos, que sabe prevenirlos dirigirlos con
inteligencia, justicia y honradez.

Duerme donde todos, come lo que todos, carga su impedimenta como todos, combate junto a los suyos y los socorre en la lucha. Sus galones no son impostados: el respeto que transmite y la veneración que suscita se sustentan sobre su historial de batallas, pero también sobre su carácter y la relación que, día a día, tiene con sus guerreros. En resumidas cuentas, es el primero en el campo de batalla, firme con quien se salte las reglas, conocedor de su enemigo, y capaz de aguantar al límite para no mostrar debilidades o dudas. Eso se observa con Tello Luengo, cuando tiene que hacer justicia: ´´de alzar brusco la mirada. Había ahora un relámpago desafiante en ella. —Soy un soldado —protestó. Ruy Díaz se mantuvo impasible. —Hoy sólo eres un asesino´´. Pág. 141. Sidi de Arturo Pérez Reverte.

Aunque solo recoge los primeros años del Cid tras ser desterrado de Castilla. Es un período breve, que va desde el destierro hasta la batalla de Almenar. En la tradición del Cid del Cantar, del Carmen Campidoctoris, de la Cronica Roderici (siglos XI-XII), de los romances posteriores, el personaje no había luchado nunca a favor de los moros, si bien había sido un caballero protector y benigno con los que se le sometían y especialmente fiero con el rey de Marruecos, es decir, con los almorávides. Pero se había omitido convenientemente que estuvo, entre 1081 y 1089, a las órdenes del sarraceno Mutamin, rey de Zaragoza, por otra parte, extraordinario matemático.

Es ese aspecto el que explota Pérez-Reverte: resulta muy atractiva la relación entre el Cid y el refinado monarca, así como la hermana de éste, mujer culta e independiente, conspicuos representantes de una civilización andalusí liberal, temerosa casi por igual de cristianos y almorávides. Pero por encima de ello, lo que se resalta es la condición del infanzón castellano como condottiero de fortuna, con una moral bélica basada en el honor, el compañerismo en la brega y una cierta tolerancia religiosa un poco al estilo del sincretismo renacentista, por más que la España de la época acogiera un mestizaje racial y cultural notable.

Doña Jimena: asturiana, es la esposa de El Cid. De piel blanca, ojos grises, grandes y almendrados, religiosa hasta el recato. Había tardado en perdonar la muerte de su padre en manos de Rodrigo y este le dice:
´´Maté a tu padre cara a cara, no como villano. Hombre te quité, pero alt text hombre te di. Eso fue lo que dijo. Y ella, tras mirarlo durante un larguísimo rato en silencio, le tocó muy serena la cara, como para borrarle las lágrimas´´. Pág. 61. Sidi de Arturo Pérez Reverte

Tras el destierro de El Cid, doña Jimena pasó a vivir al monasterio de S an Pedro de Cardeña en Burgos en compañía de sus hijas Cristina y María, y estando lejos Rodrigo las recuerda: ´´En ese momento pensaba en Jimena y las niñas. Ojalá se encuentren bien las tres, se dijo. En San Pedro de Cardeña, lejos de la lluvia. A salvo y reunidas ante un buen fuego´´. Pág. 286. Sidi de Arturo Pérez Reverte.

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